Como se dice en algunos textos sagrados, para que la semilla brote debe caer en suelo fértil. Si el suelo no está receptivo, la semilla -y todo el ser vivo que contiene- seguirá a la espera hasta que las condiciones exteriores sean las propicias. Estamos en el nivel metafórico-simbólico, claro. Como con las parábolas o los cuentos tradicionales.
De un modo ya más literal. Si la persona no está preparada para integrar un mensaje cuya comprensión pide su plena atención, por mucho que éste le sea repetido quedará en el limbo de la mente aguardando a que alguna lluvia benefactora haga brotar el contenido de esa semilla. Aunque puede también que esto no ocurra nunca, porque las creencias inconscientes suelen ser refractarias a lo nuevo, y no lo aceptan con facilidad.
En todo caso, si el intelecto se muestra receptivo al mensaje (es decir, a aquello que comunicamos con la intención de abrir la mente a nuevas ideas y/o valores), el espíritu crítico se ve estimulado a reflexionar sobre lo recibido y las rigideces se abren a contemplar otras posibilidades, entonces se está dando un gran paso para ir más allá de lo mental y alcanzar la consciencia superior.
Esta es la comunicación consciente. La que tiene la capacidad de viajar hasta los niveles más elevados del ser humano, otorgándole todo el poder para llegar a sus propias conclusiones, sin necesidad además de apelar a emociones primarias «facilonas» y adictivas.
Alcanzar esa consciencia del ser, entendida de forma muy simple como la capacidad de trascender la visión del ego para observar la realidad desde el bien común. Esto sería la esencia de la sostenibilidad, ¿no es cierto?